Mariam
Saïd Alami
(Traducido
del árabe por el autor)
En el auge del jugueteo con su hija,
Mariam, cuyo quinto cumpleaños se preveía para dentro de unos días, Sintió
que no cabía en sí de felicidad y amor a la vida. En pleno apogeo del
jugueteo de la pequeña, de sus chillidos, su revuelo y sus violentos volteos entre
sus brazos, que la sujetaban, intentando zafarse de entre ellos; y mientras las risas de ella
esparcían perfume y fragancia por todos los rincones del hogar, él no dejaba de
contemplar su cara, encendida y enrojecida
en el auge de su actividad y ajetreo.
Sentía en aquellos momentos que
jugar con su niña era una especie de oración que le elevaba sobre alas de de
júbilo y satisfacción hacia el culmen del regocijo total. Es una oración al creador
de los cielos y de la Tierra… creador de la especia humana… por como hace del
ser humano más que un sólo ser humano: embrión, recién nacido, bebé, gateador,
niño, chaval, mozo, joven, hombre, entrado en años, viejo y anciano… alabado sea Dios… me arrodillo
ante la niñez, Tu creación…porque es lo más extraordinario que hiciste que poblara
la Tierra… Basta observar cómo despunta el ser humano, cual flores, y como
florece… cómo balbucea, gatea, camina, cómo tantea el universo a su alrededor,
cómo lo concibe poquito a poco. Alabado seas Dios. ¡Cuánta delicadeza
depositaste en la niñez!… ¡Cuanta dulzura, belleza e ingenuidad! … ¡Cuánta
hermosura!… ¡Cuánto placer para la vista!…!Cuanto descanso para el corazón!…!Cuánta
felicidad para los padres!. ¡Alabado seas Dios por Tu creatura, el niño!… ¡como
se convierte en ser humano hecho y derecho, maduro, como si aquel niño nunca
hubiera existido… como si hubiera muerto… como si hubiera partido hacia otro
mundo! ¿Nuestros hijos, Dios, crecen y se convierten en jóvenes, o es que cada
vez que crecen mueren, dejando lugar a otros hijos?… Momento a momento van
siendo recreados, día a día crecen…año tras año se desarrollan…y se
transforman… y nosotros sin darnos cuenta de ello salvo a destellos
intermitentes y espaciados, sin podernos creer lo que presenciamos con nuestros
propios ojos, como si se tratara de algo que sucede por primera vez en la
Historia. Los queremos mayores, y al mismo tiempo les queremos niños pequeños y
lozanos.
En la
vorágine de estos pensamientos suyos, estrechó a su hija contra su pecho con un torrencial cariño que
encierra todo el amor del que es capaz un ser humano… ¡todo el cariño que
esparciste, Dios, en la Tierra fructifica en el momento de abrazar, la madre o
el padre, a su niño!… Así los queremos, ¡oh Dios!... pequeños y débiles,
siempre refugiándose en nuestros pechos, y les queremos jóvenes enderezados y
fuertes, llenándonos de orgullo y euforia… y mientras ellos se van haciendo mayores,
nosotros también vamos avanzando en edad, sin estar consciente de ello, salvo a
destellos…. queriendo aferrarnos al tiempo… anhelando detenerlo… implorándole
en el nombre de Dios que se detenga, aunque sea por un momento.
La
pequeña intentaba de nuevo zafarse de entre sus brazos, invirtiendo en el
intento sus máximas fuerzas. Y cada vez que se libraba y se escabullía,
facilitándoselo su padre, naturalmente, saltaba de alegría y gritaba con una
voz que hacían temblar las paredes de la casa, anunciando que es muy fuerte y
que él no podía impedir que se escabullera de entre sus manos. Luego volvía a
encerrase ella misma entre sus brazos de nuevo, en un nuevo desafío, en el que
pretendía probar ante su padre su astucia y fuerza, tal vez así podía conservar
su dedicación a ella todo el tiempo posible, distrayéndole de su hermana mayor
y de su hermano bebé.
Él volvió a contemplar su rostro rosado y
su encantadora belleza, disfrutándolo en extremo. Recordó su propia niñez…
momentos aislados de aquella lejana niñez…aquel período de la vida del ser
humano es su única flor fragante, cuya perfume permanece presente, envolviéndole
el corazón, hasta la muerte. Pero, después de nuestra
niñez, la de nuestros hijos es la única vega que exhala fragancia a la que nos
es permitido acceder, y la diferencia entre ambos es abismal, estando a nuestro
favor. Pues, el ser humano no suele ser consciente de su niñez hasta que se
haya ido llevada por el viento. Sin embargo, podemos, si quisiéramos, estar del
todo conscientes de la niñez de nuestros hijos, y disfrutarla día tras día. Sí,
podemos contemplarla hasta la jactancia, palparla hasta la percepción, tocarla
hasta la embriaguez, besarla hasta deshacernos y escucharla hasta la éxtasis,
pues se trata de nuestra segunda niñez, que nuestros hijos son incapaces de
saborear su miel y percibir sus dimensiones.
Sus
pensamientos fueron interrumpidos por su hija:
-
Venga,
papá, otra vez –le gritaba-. Agárrame fuerte, no me dejes escaparme. Verás lo
fuerte que soy, papá.
Veinte o
treinta veces la había sujetado y la había dejado zafarse de entre sus brazos,
sin que ella sienta el más mínimo cansancio ni hartura ninguna.
-
Ahora
vas a ver –la dijo mientras sellaba sobre su mejilla un nuevo beso-. No vas a
poder escabullirte esta vez, te voy a apretar con todas mis fuerzas.
Y la apretó su padre un poco más de lo
acostumbrado.
-
¡Papá,
no me agarres con tanta fuerza, es un simple juego! -gritó ella, molesta-.
¡Válgame
Dios, ella sabe que es un juego y al mismo tiempo pretende convencer a su padre
de que es fuerte!… ¡Que lógica tan insólito tenéis las mujeres, mejor dicho, las maravillosas niñas!
-
¡Papá…papá!
¡Párate un momento! –exclamó ella cuando estaba él en el cénit de su euforia
paternal–.
-
¿Pararme?
… ¿Por qué? ¿Quieres engañarme, lista, para escabullirte de entre mis brazos
con este truco? Esto no es justo, cariño.
Y
jadeando, ella dejó de luchar, mientras una amplia sonrisa convertía su rostro
en un sol radiante.
-
No
papá, te lo juro. Sólo quiero preguntarte una cosa –dijo la niña entre risas-.
Así, él
dejó de apretarla entre sus brazos, mientras sus ojos se alimentaban felicidad
de los suyos.
-
¿Sabes
qué será el miércoles que viene?
-
¿El
miércoles?
Las risas
de la pequeña se repetían como el canto de ruiseñor.
-
Sí,
el miércoles, papá. Pregunté a mamá y me dijo que será el miércoles –dijo ella al
ver que su padre se extrañaba de su pregunta–.
El padre
hizo que no entendía lo que le quiso decir.
-
¡Oh!
El miércoles será mi cumpleaños, cariño.
La niña
de nuevo explotó en risas.
-
¿Tu
cumpleaños? ¿Cuántos cumpleaños tienes, papá? Hemos celebrado tu cumpleaños, y
ya está.
-
¡Oh,
Es verdad! Tienes razón. Entonces el miércoles será el cumpleaños de tu
hermana, Lamya. ¿Ves cómo lo sé?
-
¡Qué
no!… !Qué no! –repetía mientras casi se ahogaba de risa–. Tú no sabes lo que
será el miércoles.
-
¿Entonces
por qué no me ayudas y me lo dices ya? Soy un anciano. He perdido la memoria.
La niña
no podía contener la risa al oír las palabras de su padre.
-
¿Anciano
tú, papá? No digas eso. Sigues siendo joven. El miércoles será mi cumpleaños
papá.
Él se hizo
el sorprendido, golpeándose la frente con su mano.
-
¡Oh
… efectivamente! –exclamó mientras golpeaba la frente con su mano–. Será tu
cumpleaños y organizaremos una bonita fiesta.
-
He
crecido un año más, papá, y ya soy mucho más fuerte que antes; y ahora te lo
voy a demostrar. Venga, papá, agárrame de nuevo.
La niña
se apresuró a meterse de nuevo entre los brazos de su padre, invitándole a
impedir que pueda deshacerse de ellos, mientras él pensaba en el inminente
cumpleaños de la pequeña, como se acabara de darse cuenta de la carrera de
velocidad que mantienen las dos manillas del reloj … vas creciendo, hija mía,
como creció antes tu hermana. Y brillaron en su mente aquellas lágrimas que había
visto más de una vez en los ojos de su padre mientras este le contemplaba a él
y a sus hermanos, convertidos ya en hombres y mujeres, casados y con hijos… Oh,
pequeña mías si supieras lo que me dolió escuchar a mi padre diciéndonos hace
días, resistiendo las lágrimas que se debatían en sus enrojecidos ojos: “Ojalá
pudiera yo regresar por un solo momento a aquellos felices años, cuando eráis
pequeños correteando y jugando, armando tal escándalo hasta hacer tambalear la
casa… aquellos días en los que jugabais entre mis piernas como gatos, y,
sentados sobre mis rodillas, os abrazaba y aspiraba el perfume de vuestra
niñez… Qué días más felices aquellos… los días más felices de la vida”. ¡Cuánto
le dolió oír aquellas palabras de su padre… palabras que repitió delante de él
varias veces en los últimos años… sufría por ver sufrir a su padre. Miraba sus
ojos y veía como se asomaban nostalgia y angustia a través de ellos… y signos
de vejez. Ardilla en deseos de volver a ser un niño, aunque sea por un solo momento,
para realizar aquel anhelo de su padre, tan entrañable y tan imposible.
El hombre
se ausentó de su propio mundo por unos momentos, ido como estaba, imaginándose haber
dado un salto de cuarto de siglo hacia el futuro, y cayendo presa de pánico. Vio
reaparecer delante de él los ojos de su padre, con sus lágrimas centelleándose
en sus orbitas. Imaginó a sus tres hijos ya mayores, habiéndose alejado todos de
su madre y de él, ocupándose de sus propios hijos y de sus esposos, pues así es
la vida y así es su rueda que no puede más que rodar apresuradamente, no
dejando nada en su sitio y llevándolo todo a la extinción. Se vio a sí mismo
con el pelo canoso, su rostro lleno de arrugas, habiéndose extinguido el brillo
de sus ojos, con huesos flaqueados y con dolores en las articulaciones. Imaginó
a su esposa en un estado similar al de él, estando solos en casa, sin futuro,
sin proyectos, sin familiares ni amigos, pues la mayoría de ellos habrán ido
cayéndose a lo largo del camino de la vida, uno detrás de otro.
Sí,
imaginó a su dulce niña convertida ya en una señora, descuidando a su madre y a él con mil asuntos que forman el
corto viaje de la vida. Vio que no recordaba nada de sus juegos con él en su
niñez, salvo escenas pasajeras cuyas huellas a punto están de ser borradas de
la memoria a causa de los años que se han ido acumulando. La imaginó lejos de
él, sumida en su vida independiente, sin necesitarle a él para nada, ella que
pasó su niñez pegada a sus padres y dependiendo de ellos en todos los asuntos
de su dulce vida, incluso por muchos años después. Vio a su alrededor un
universo convertido en páramo, un yermo horizonte, y una pareja de ancianos
postrados en casa, carentes de valor en los corazones de sus hijos, salvo
aquello impuesto por el mínimo de piedad, cariño o el deber, dándole igual los
nombres si el resultado es el mismo. Se imaginó a sí mismo y a su esposa
sentados solos en una casa donde no se oye salvo sus toses, esperando
desesperados que alguien llame a su puerta, aunque sea una vez por semana, o
que suene el teléfono aunque sea una vez al día. Y se vio sin reunirse con sus
hijos salvo en ocasiones espaciadas, mirándolos con anhelo y cariño, viendo en
ellos aquellos pequeños suyos, que comían de la palma de su mano cuales
golondrinas, mientras ellos le miran a él, sin que les sacuda ningún recuerdo
ni les tiemble el corazón, pues sus responsabilidades no les dejan ocasión para
semejantes emociones hacia dos ancianos que no les queda más que pasado y
recuerdos. Dos ancianos candidatos a morir en cualquier momento, hasta el
límite de que su fallecimiento, una vez que ocurre, será simplemente una
ocasión triste, anunciada y esperada, que pronto, en unas semanas de pena
rutinaria, será engullida por el olvido, antes de que el torrente de su vida
diaria la arrastre al olvido total, salvo un recuerdo pasajero de sus padres
que pudiera embargar sus mentes y hacer temblar sus corazones de vez en cuando,
mientras están contemplando cómo crecen sus hijos, con pasión y temor ante el futuro.
Esa
oscura escena que se había materializado en su mente, imaginándose desesperado
por tener un solo momento feliz junto a sus niños, en paz y alegría, le aterró,
sintiendo temblarle las rodillas, y llenándose de lágrimas sus ojos.
-
¡¿Papá,
papá, que te pasa!? –exclamó la niña-. ¿Por qué no me aprietas? ¿Por qué no
juegas? ¿Por qué te lloran los ojos?
La voz de su
niña le arrancó del mundo del futuro para devolverle al momento presente;
contempló sus ojos como si despertara de una pesadilla terrorífica, abrazándola
con fuerza como para impedir que se escapara de entre sus brazos. La pequeña
empezó a intentar escabullirse, quejándose, hasta que tuvo que soltarla cual
paloma que despega de su nido. En aquel momento se apoderaba de él una
felicidad desbordante, como si hubiera podido realizar el anhelo de su padre,
pero para sí mismo, pues hele él regresando desde la vejez a la juventud…y hele
aquí volviendo a abrazar a su pequeña, y a disfrutar de la presencia de sus
niños, pues su hija mayor, de nueve años, está viendo la televisión en el
salón, mientras su hijo bebé monopoliza toda la atención de su madre en la
habitación de al lado. Pensó, asombrado, en como el ser humano no aprecia en su
justa medida cada momento de su vida que pasa con sus pequeños… cada momento
que vive con sus mayores, destinados al lejano horizonte… Hasta que, pasado el
tiempo, lo ves golpeándose la frente con su mano, volviendo la vista a su
alrededor, sin hallar del paraíso del pasado salvo el desierto de los
recuerdos.
La niña se puso muy contenta al verse aupada
por su padre, que la llevo entre sus brazos hasta donde se encontraba su hija
mayor, estrechándola a esta contra su pecho, mientras ella intentaba deshacerse de su abrazo, para poder seguir la
película de dibujos animados que estaba siguiendo.
Después, él se trasladó a donde se
encontraba su bebé, llevándole con ambas manos, a pesar de las protestas de su
esposa, le abrazó con delicadeza y le contempló muy detenidamente, sintiendo
como su hija, Mariam, le tiraba de su ropa llamándole para que siga jugando con
ella, luego, de repente, lanzo una carcajada de felicidad, mientras repetía en
voz alta; sin que su esposa entendiera su comportamiento, ni alcanzara a
adivinar lo que pasaba por su mente:
-
¡Oh,
hijo mío…Que feliz estoy de que este día nuestro sea hoy!
1984
(Traducción 2020)
De la colección
de relatos, Mariam (Amman, 1995, Azminah)